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Lo que se le olvidó a Oppenheimer

Tenemos cátedras de filosofía, pero no una de ciencia y tecnología o de matemática aplica. ¿Así cuándo vamos a avanzar?

Tenemos cátedras de filosofía

29 de octubre 2015

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Al citar como modelos de innovación a Bill Gates y Steve Jobs, a Andrés Oppenheimer, en entrevista concedida a Esta Semana, se le olvidó analizar la cultura de la copia que envuelve a los líderes de las nuevas tecnologías, muy célebres por la piraterías de software o códigos fuentes, tal como se ha ilustrado en la película Los piratas de Silicon Valley, entre otras obras cinematográficas y literarias.

El autor de Crear o Morir, obvió que la historia de la ciencia y la innovación, es en el fondo la historia de los ritos de la copia. En sus más de doscientas páginas Oppenheimer ignora la cultura de la copia que ha sido motor de crecimiento y desarrollo en Occidente y en la que muchos líderes empresariales han basado sus innovaciones en la cultura de la copia, desde la industria armamentística, espacial e informática.


En su obra Innovadores, Walter Isaacson, nos relata por confesión propia los actos de piratería de Steve Jobs:

Más tarde, cuando lo acusaron de robar las ideas de Xerox, Jobs citó a Picasso:
«Los buenos artistas copian, los más grandes roban». Y añadió: «Nosotros nunca nos hemos avergonzado de copiar grandes ideas».

«Solo sabían pensar en términos de fotocopiadoras y no tenían ni idea de lo que podía hacer un ordenador”, diría Jobs de Xerox, para justificar sus acciones, quien por lo demás tomó las ideas de su compañero Steve Wozniak, pues el presidente de Apple jamás hizo una línea de código ni fue un innovador de la ingeniería, aunque si tenía un gran talento para los negocios. Fueron expertos en el arte de la copia, hombres de negocios, necesarios en las economías de mercado, pero se les debe ubicar en su verdadera dimensión.

Años más tarde cuando Gates copió, o más bien sus ingenieros, el sistema operativo OS y lanzó al mercado Windows, un enfurecido Jobs le llamó para reclamarle y amenazarlo con demandarlo. Los dos genios de la piratería estaban de tú a tú.

Gates miró a Jobs a los ojos y, con su voz aguda, le respondió con una frase que pasaría a la historia de las réplicas, nos recuerda Isaacson:

«Bueno, Steve, me parece que hay más de una forma de verlo. Yo diría más bien que es como si ambos tuviésemos un vecino rico llamado Xerox y, cuando yo me colé en su casa para robar el televisor, descubrí que ya te lo habías llevado tú».

Pero ya desde sus comienzos Gate se caracterizó por ser un robador de ideas, y el primer sistema operativo de Microsoft, MS-DOS, fue comprado a precios de “guate mojado” y regenerado después en Windows, que por lo demás de no deja de ser el más malo de los sistemas operativos, no obstante tener el mayor uso y popularidad.

No es posible, como dice Hillel Schwartz, ignorar la naturaleza adictiva, transformadora y poco caballerosa de copiar en nuestra cultura de la copia, pues las tecnologías (fotocopiadoras, scanner, computadoras, cámaras, etc.) no solo subvierten la supremacía del original, sino también el absolutismo de los derechos de autor.

La creación e imitación, la invención y la repetición pueden confundirse de una manera idéntica a conocer y copiar. La historia del arte, y en gran medida de la ciencia, es la historia de los ritos de la copia, de las transformaciones que tienen lugar durante los actos o procesos de copia, nos recuerda Schwartz, en su obra La cultura de la copia.

Y tal vez eso ha hecho falta a America Latina, actuar en ese ritual de la copia con verdadero espíritu de competencia, a como lo hacen los chinos ahora, como lo hicieron los norteamericanos tras su independencia, y como lo hizo antes Europa de Oriente. Pero muchas veces los líderes latinoamericanos ven en la tecnología sólo el aparato o el hardware, la máquina y no la innovación, y se sienten incapaces de desarrollar tecnologías originales, porque solo están interesados en su transferencia.

Schumpeter distinguió la invención (concepción inicial de un aparato o producto) de la innovación (su adopción social), pues hay invenciones que no llegan al estadio de la innovación, o que se demoran mucho por intereses empresariales, falta de capital, por su disfunción social, y son muchas las innovaciones que se han quedado estancadas por falta de una ética del trabajo que supere el comportamiento mediocre de nuestros empresarios.

Según Oppenheimer el principal motivo por el que no ha surgido un Jobs en nuestros países es que tenemos una cultura social —y legal— que no tolera el fracaso. Los grandes creadores fracasan muchas veces antes de triunfar, escribí, y para eso hacen falta sociedades tolerantes con el fracaso, pero en verdad, más que el problema que la tolerancia del fracaso, es que no hemos tenido lo que denomino una constante tecnológica, ese factor con un gran componente estocástico que se trasmite de generación en generación.

Pero una constante tecnológica en que se combine el arte y la ciencia, ese punto de intersección entre las letras y las ciencias, tal como una vez lo describió Jobs.

Alguien describió la innovación como un abejorro que trae la mitad de una idea desde una región y poliniza otra región fértil repleta de innovaciones a medio completar, lamentablemente, América Latina no es por ahora esa región fértil, pues incluso es calificada por diversos expertos no como una civilización, sino como una subcivilización, que vive del recuerdo de varias culturales precolombinas.

¿Qué por qué no tenemos un Gate o Jobs? Tal vez no los hemos tenido, porque nuestros empresarios y nuestra llamada “burguesía”, están envuelta en una cultura de la barbarie y economías “protegidas”, en lo que alguien ha denominado capitalismo de “cuates”, en una cultura en que grupos políticos y organizaciones sociales se interesan más por redimir a los pobres, más que en tener una ética del trabajo de la innovación.

Y la misma crítica que se hacen a los líderes del Estado, está a la vista de las empresas privadas, universidades y organizaciones sociales, caracterizados por la arrogancia, espíritu de tribu y menosprecio a la innovación. Nicaragua no es la excepción. Tenemos una cátedra de filosofía Serrano Caldera, pero no una cátedra abierta de ciencia y tecnología o de matemáticas aplicada, así ¿cuándo vamos avanzar?


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Eduardo Estrada

Escritor y desarrollador de aplicaciones educativas. Director del Centro de Entrenamiento y Educación Digital (CEED).

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