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La Odisea de Walcott

Francisco Bautista Lara

8 de octubre 2015

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El mar todavía se agita en mi cuerpo, ¿puedes oírlo?
El mar está tranquilo y se acabaron todos los infortunios.
Derek Walcott.

Han sido pocos los Premio Nobel de Literatura que han llegado a Nicaragua, entre ellos,  Gabriel García Márquez durante la década del ochenta, alguna vez Mario Vargas Llosa, antes de ser laureado, y también Harold Pinter, dramaturgo inglés, solidario con Nicaragua. El más reciente, a quien tuve la oportunidad de escuchar en el VIII Festival Internacional de Poesía de Granada en 2012, mezcla caribeña de rostro rígido y sereno, de andar silencioso y mirada fija, nacido en la pequeña isla de Santa Lucía, quien recibió el prestigiado reconocimiento en 1992, el profesor de literatura Derek Walcott (1930), quien con humor comentó a su paso por Nicaragua: “Después de eso, -de recibir el Nobel-, me convertí en el idiota más grande”.


De los contemporáneos, me hubiera gustado escuchar a Saramago. Al oír al expresidente de Uruguay, José Mujica, no sé por qué, me viene el recuerdo del autor de Ensayo sobre la lucidez, tienen profundidad y sencillez en el discurso, son consecuentes con lo que dicen, eso agrada. Saramago llegó a Costa Rica unos años antes de morir, y no pasó por aquí, somos como país, insuficientes consumidores de libros. Hace poco Mujica estuvo en Guatemala y Costa Rica, pasó de lejos. Los tres primeros que llegaron a Nicaragua fueron atraídos por el entusiasmo y la curiosidad que despertó la Revolución Sandinista.

Walcott, de genética biológica y cultural del Caribe inglés, de piel morena y ojos verdes, “que me vienen –dice-, por nadar mucho en el mar”. Es poeta y escritor, pero principalmente dramaturgo. No había leído ninguno de sus libros, y en esa ocasión, tuve la oportunidad de encontrar el texto bilingüe de La Odisea (1990), -en donde dejó con amabilidad, una breve dedicatoria-, extenso poema épico basado en la Odisea de Homero, cuya fuente de inspiración es la misma de su obra Omeros (1990), “que es la historia del Caribe y del mar”. La escribió por encargo de la británica Royal Shakespeare Company que la presentó por primera vez en 1992. También fue entrenada en el Teatro Romano de Mérida, España, en julio de 2005, rodeada de un clásico y legendario escenario latino, hasta donde se extendió el poderío militar, político y cultural del Imperio, fue la apreciada colonia de descanso para los veteranos de las Guerras Cántabras, para los soldados eméritos, (retirados), Augusta Emerita, fundada en el año 25 a.C., y diez años después, capital de la provincia romana de Lusitania, desde donde vienen parte de las influencias que nos condicionan…

El mar, los pájaros, el viento, la arena y las olas, la navegación  y la pesca, que es lo que rodea su isla de origen, son los estímulos que alimentaron su infancia y sustentan los recuerdos de la vejez que ahora se ocupa de los recuerdos mágicos que todavía llegan, como las olas, como el viento, como los aguaceros, como las lanchas, arriban a las costas grises de la memoria. Esos son los asuntos que necesariamente están en los versos y en la prosa que escribe, en las escenas de teatro que presenta. Está el pasado de esclavitud de la Antillas, la negritud y las huellas del desarraigo y la exclusión que son historia y actualidad.

¿Pensativo, cansado o nublado por los años?, me pregunto. Mi respuesta: no lo sé. Entraba –en aquel entonces-, a los 83 años (ahora está por llegar a 86), la edad en la que murió mi padre, Publio Bautista, quien todavía estaba lúcido y activo, hasta que en los últimos seis meses, los dolores físicos lo derribaron, y cuando no pudo tocar el violín ni la viola, reconoció con tristeza: “¡perdí el violín!”, la interpretación musical que fue su pasión desde los siete años, se esfumó la capacidad de volverlo a hacer, así entonces, se le fue la vida…

Derek comentó a la poeta y cronista literaria Martha Leonor González (febrero 2012): “Vivo en una isla pequeña y en un lugar pequeño, no se puede ser tan famoso, no lo soy en Santa Lucia, solo me siento famoso cuando vengo a Nicaragua y me entrevistan”. Después, parece que hay muchos olvidos, omisiones o imprecisiones, el aburrimiento o el tedio lo vuelven evasivo, es uno de los males que suele acompañar a los viejos y también a algunos jóvenes que parecen viejos. Sus respuestas son lacónicas, lo encuentro en el pasillo de la Casa de los Tres Mundos de Granada, sus respuestas, a mi imperfecto inglés, son breves, no desperdicia las palabras, lo cansan. También lo agotan los viajes, ahora la piensa para salir. Arrastra los pies hacia el salón, su sonrisa es tenue, casi inexistente. El pasado va  con él.

El asunto no es de años, es de actitud, el tiempo, sin embargo modifica las actitudes, la manera de ver y comprender, simplifica las prioridades, prolonga los espacios inútiles sin saber para qué son buenos. Percibí a Walcott viejo, aunque conserva aún el ligero humor de la vida, parece que ya no escribe, repite y lee lo que escribió antes... A Saramago y a Mujica, los aprecio jóvenes, siguen escribiendo y hablando sobre sus asuntos, el primero, aunque haya muerto. Tomo de esta obra del autor un diálogo: Menelao: “Porque las puertas de la imaginación nunca se cierran”. Telémaco: “¿Incluso en los hombres ancianos?”, Menelao: “¿Qué son los hombres? Niños que dudan”.

En La Odisea se juntan otra vez los inmortales personajes de Homero: Penélope, Telémaco…, de Itaca, Néstor, rey de Pilos, Menelao y Helena, de Esparta, Proteo, el Viejo del Mar… Pero hay además una melodía que tras el ruido del oleaje, canta el ciego Billy Blue, al ritmo costeño: “Yo soy el ciego Billi Blue, él, Odiseo, el navegante / a quien el dios del mar volvía loco y quiso destruir…/… Y así mis blues vagan sin rumbo como humo del fuego de aquella guerra, / porque sin remedio todo se derrumbó, una vez que Aquiles fue ceniza.” Dijo Telémaco: “La golondrina tenía la voz de una muchacha”. El Capitán respondió a Euriclea: “Tus pecados son tan antiguos que Dios los ha olvidado”…

Es como volver a leer la vieja historia conocida, el clásico relato griego que tiene como escenario Troya, el mar Mediterráneo y el Egeo, refrescado por la brisa morena y tibia del Caribe tropical, con los diálogos breves y fluidos, con las palabras relajadas y comunes que aproximan, en la melodía poética y versátil del autor que pretende actualizar el pasado con los ojos de su entorno contemporáneo, es un personaje de su obra.

www.franciscobautista.com

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Francisco Bautista Lara

Francisco Bautista Lara

El autor es escritor, académico y consultor nicaragüense, especialista en seguridad ciudadana y policía. Economista, master en Administración y Dirección de Empresas.

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