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El paso a la inmortalidad

A las 10: 15 de la noche del 6 de febrero de 1916 Rubén Darío entró a la inmortalidad. Les comparto un recuento de sus últimos años

Rubén Darío dicta su biografía. Foto | Cortesía

Mario Urtecho

3 de febrero 2016

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La Primera Guerra Mundial, detonada en Sarajevo el 28 de junio de 1914 por el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, comenzó en julio de ese año y finalizó el 11 de noviembre de 1918, con más de 9 millones de muertos. Para alejarse del conflicto militar que subyugaba a Europa y del acoso económico en que vivía, aceptó participar en una gira por América a favor de la paz mundial, organizada por su secretario Alejandro Bermúdez. En Barcelona, alarmado por su estado físico, Vargas Vila intentó convencerlo de que permaneciera allí, empero, el 25 de octubre partió en el barco Vicente López, y llegó en noviembre a Nueva York. Bermúdez hizo saber a los norteamericanos que Darío estaba allí. Las asociaciones más respetables, como The Authors League, The Hispanic Society, The American Academy of Arts and Letters y la Browing Society, le dieron la bienvenida y le ofrecieron homenajes.

A fines de 1914 afirmó: fuera de motivos íntimos que me hacen sufrir mucho y que me hacen llevar una vida nerviosa e inquieta, bueno es alejarse de París. En enero de 1915, después de ser examinado por un médico amigo en Nueva York, envió un irónico telegrama a su amigo Martín Reibel en Buenos Aires: Según opinión médica, tengo solamente un millón ochocientos mil glóbulos rojos. ¿Qué hago? El 29 del mismo mes fue nombrado miembro de la Hispanic Society, con quien fue concertada la primera y única conferencia por la paz en la capital del cheque, el 4 de febrero de 1915, donde leyó su poema Pax. Durante su estadía en la urbe escribió algunos poemas dramáticos, como La gran Cosmópolis, participó en actos pacifistas, y como las malas rachas nunca llegan solas, empeoró su economía y enfermó de pulmonía, lo que aceleró el deterioro general de su organismo.


Joaquín Méndez, ministro de Guatemala en Washington, y el poeta Máximo Soto Hall, amigos de Darío, explicaron a Manuel Estrada Cabrera -presidente de Guatemala desde 1898- su situación en Nueva York, sugiriéndole que lo invitara a ese país. El calculador y tenebroso dictador vio la oportunidad de cobrarle a Darío viejas facturas de la época de Zelaya, y usar su renombre en beneficio de su imagen y su cuarta reelección. Y así fue. Autorizó pagar todos los gastos de su traslado y el 20 de abril de 1915 el poeta desembarcó en Puerto Barrios, y llegó a la ciudad de Guatemala, donde una profusa concurrencia de estudiantes, jóvenes literatos y residentes centroamericanos lo esperaba en la estación ferroviaria. El edecán presidencial, teniente coronel Eliseo Martínez, llegó en lujoso landó, pasó entre la multitud, entró al vagón y regresó con Darío, sin darle tiempo de saludar a sus admiradores. Fue hospedado en la habitación No.10 del Hotel Imperial, que los aficionados a las letras convirtieron en su Meca.

La prensa guatemalteca, que saludó su presencia, divulgó declaraciones del poeta elogiando el progreso indiscutible alcanzado por Guatemala, por supuesto, bajo la dirección de su feroz mandatario, quien se sintió halagado por lo dicho y satisfecho por la decisión tomada. De ahí al poema adulatorio no había mucha distancia. El 21 de agosto, aniversario de la muerte de la madre del dictador, Darío fue requerido para celebrar esa fecha y escribe el poema Mater Admirabilis, al que seguirá Palas Athenea, en ocasión de las Fiestas de Minerva, la creación más querida del dictador. Entristecido por su condición -que quizá le recordara la padecida por aquel poeta de su cuento El rey burgués-, ansía salir hacia Buenos Aires, pero los recursos para movilizarse a la Argentina no llegan, precisamente porque Estrada Cabrera ha impedido que sus cartas salgan por correo a La Nación. Para colmo, Alejandro Bermúdez, que lo dejó en Nueva York, ha llegado y contra el deseo de Darío, lo visita en el hotel e intenta engatusarlo con sus proyectos. También le avisan que Rosario Murillo ha llegado a Guatemala y está en el hotel, noticia que el poeta recibe como una sentencia de muerte. Después de siete meses de residencia en Guatemala, Darío regresó a Nicaragua acompañado por su aún esposa. Ante la posibilidad de ser enterrado en Argentina, sentenció: Ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto.

El 25 de noviembre de 1915 desembarcó en un Corinto silencioso, diferente al que lo recibió en 1907. No hubo himno nacional ni comisionados a recibirlo. El país ha padecido una profunda transformación. A la guerra civil que derrocó a Zelaya siguió otra, y el gobierno yanqui mutiló la soberanía nacional, envileció a los gobernantes e hizo de las finanzas una merienda de la que se han hartado los blancos de Wall Street. El partido liberal está vencido y muchos de sus hombres desterrados. Los conservadores ejercen el poder y trafican con el honor nacional, como dicta el apetito imperialista de los políticos y banqueros de ojos azules y almas bárbaras. León dio su efusiva bienvenida al hijo que busca el sepulcro de su tierra natal y encabezada por Debayle fue constituida una junta médica que intentará disputárselo a la muerte. Su esposa gestionó ante el gobierno el pago de 50 mil pesetas que le deben al poeta por su trabajo en España. El presidente Adolfo Díaz, que para sus gastos médicos en Nueva York autorizó la irrisoria suma de 200 dólares, ahora aprobó una pensión de solo 100 córdobas.

El poeta y la patria agonizan. Después de dos semanas en León la esposa lo trasladó a Managua, a casa de Andrés Murillo, quien lo obligó a casarse con su hermana en el distante 1893. Su semblante es el de un hombre fatigado, la piel laxa cae a ambos lados de la cara, los ojos sin brillo, el estómago abultado, y el cuerpo apenas responde a los impulsos para moverse. Al reflexionar sobre su estado asevera: las cosas que me suceden son consecuencias naturales del alcohol y sus abusos, también los placeres sin medida. He sido un atormentado, un amargado de las horas. He conocido los alcoholes todos: desde los de la India y Europa hasta los americanos, y los rudos y ásperos de Nicaragua, todo dolor, todo veneno, todo muerte. Mi fantasía, a veces, hace crisis; sufro la epilepsia que produce ese veneno del cual estoy saturado. Me siento entonces agresivo, feroz, con instinto de destruir, de matar. Así me explico los grandes asesinatos cometidos por el licor... soy un tronco viejo, arruinado, un hombre en cenizas.

Al terminar la primera semana de 1916 no hay mejoría. Debayle, que hizo varios viajes a Managua, sugiere trasladarlo a León. Fue alojado en una casa deshabitada y sucia, por quedar enfrente a la de la familia Castro, de donde le llevan alimentos y demás cosas necesarias para su tratamiento. La alcoba es un cuarto sin cielo raso, con suelo de ladrillos de barro, envejecido y sucio, de paredes desnudas y unos pocos asientos vetustos. Allí yace en un catre desde su llegada el 7 de enero. Reclama airado cuando Debayle y Escolástico Lara le extraen líquido que se ha acumulado en su estómago. En sus momentos de sosiego recibe a algunos amigos. Uno le pregunta sobre los más grandes poetas actuales y él responde que en el mundo solo hay tres: - D´Anunnzio, uno que anda por allí, y yo. El 18 de enero cumple 49 años de edad, y cree que ese día morirá. Las páginas de los periódicos de España, Argentina, México, Centroamérica y otros países hablan de su delicada condición. El gobierno decide las honras fúnebres que le harán y Darío riposta que más habría agradecido si le hubiesen brindado atenciones en vida.

La iglesia católica dispuso administrarle la extremaunción con una solemnidad jamás vista en Nicaragua. El cortejo litúrgico salió de la iglesia La Recolección presidido por el obispo Simeón Pereira y Castellón, ataviado con las vestiduras de su alta dignidad, acompañado de numerosos sacerdotes vistiendo los ornamentos correspondientes a su jerarquía canónica, seguidos por muchos eclesiásticos, seminaristas y alumnos del Colegio Tridentino, que portaban la bandera nacional. El poeta recibió la comunión y conversó con el obispo. Luego, los médicos continuaron con sus punciones en busca de pus. Empeora. Duerme con calmantes. Padece pesadillas. Una noche, despierta sobresaltado diciendo que vio que descuartizaban su cuerpo y se disputaban sus vísceras. El 3 de febrero ocurre un eclipse solar y la gente lo asocia con su muerte. Al amanecer del 5 pronuncia sus últimas palabras y entra en agonía. El cuerpo yace inmóvil arropado con blancas sábanas de lino, la cabeza sobre almohadas, los ojos entornados y la boca entreabierta.

A las 10: 15 de la noche del 6 de febrero de 1916 un bardo rei entró a la inmortalidad.

Managua, Ahuacalí.


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Mario Urtecho

Mario Urtecho

Escritor originario de Diriamba

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