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Pedagogía rubendariana

La ruta de aprendizaje de Darío, misma que hemos obviado, es la que tuvo como consecuencia su obra imperecedera

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23 de junio 2016

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Ruben Dario¿Cuál fue la ruta de aprendizaje de Rubén Darío? A ese camino emprendido, con frecuencia obviado, nos referiremos como “Pedagogía rubendariana”. Incluimos diez componentes, métodos o valores, en la ruta consciente asumida por el autor de Azul… Ello implicó dedicación y constancia. Fue lo que le permitió romper y confrontar los paradigmas precedentes en la literatura panhispánica, imponer nuevos hitos, innovar con ímpetu y crear con estilo, siendo reconocido por su genialidad literaria, como fundador de un movimiento que marcó su época y las posteriores, permaneciendo después de un siglo con su inagotable creación letrada que provoca multitud de impresiones e interpretaciones.

Se afirma que tuvo memoria privilegiada. Su coeficiente intelectual seguro habría sido mayor de 140, inteligencia brillante o superior, no sabemos lo que cuantificaría esa restringida valoración, o talvez la rigidez del método, como ha ocurrido, colapsara y arrojara resultados absurdos. Sin embargo, no radican allí los méritos de la grandeza de Darío, esas dos características, al igual que sus rasgos físicos, son parte de la herencia genética recibida. ¿Cuántos niños con destacada memoria y buen coeficiente intelectual se pierden en las aulas o fuera de ellas, en las calles, en la vagancia o el olvido? ¿Cuántos desperdician las cualidades heredadas o las utilizan en cuestiones inútiles? Entonces ¿dónde radica lo meritorio de la pedagogía asumida, quizás espontánea, en el contexto sociocultural y político de León a fines del siglo XIX? Darío supo cultivar y utilizar esa herencia genética y social que percibió de su origen, de su tiempo y circunstancias.


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Lo primero que hay que indicar: fue autodidacta (1). Organizaba su aprendizaje según sus inquietudes. Si bien asistió a la escuela, fue un alumno irregular –aunque aprovechó con creces sus años escolares, sus primeros maestros dejaron fecunda huella en el sediento discípulo-, no se bachilleró ni cursó la universidad, el sistema educativo de la época (igual que ahora), limitado y encasillado, no pudo contener ni domar al genio de particular lucidez y rebeldía, menos mal, si lo hubiera hecho, posiblemente coartaba su capacidad para crear e innovar. Algo tuvo León que, a pesar de lo improbable e inesperado, generó a Darío. Su inicial espacio de aprendizaje fue la tertulia leonesa, el círculo de discusión política y cultural de los amigos del padre adoptivo Félix Ramírez, después, las tertulias de Managua y San Salvador, con Gavidia, y las que siguieron en Valparaíso, Santiago de Chile, Guatemala, San José, Buenos Aires, Madrid, Barcelona y París. ¡Seamos autodidactas como Darío!

Fue lector incansable (2), devoraba bibliotecas. Los primeros libros los encontró en la biblioteca de sus padres de crianza, allí descubrió, entre otros, a Don Quijote, La Biblia y Las mil y una noches... Hubo otras bibliotecas particulares en León, la Biblioteca Nacional de reciente creación en la que laboró en Managua. Siempre viajaba con libros en las travesías en barco o tren. Leía de todos sin prejuicio, en la diversidad de autores y temas: clásicos y contemporáneos, nacionales, centroamericanos e hispanoamericanos y europeos, del español y otras lenguas, particularmente del inglés y francés, descubrió autores raros y desconocidos en nuestras latitudes. Encontró, antes que muchos, a Whitman, Poe, Víctor Hugo, Verlaine, Adam, Moréas, Ibsen,… Leer fue conocer y conocerse, descubrir la estética y armonía del lenguaje, el sentido de las palabras y las imágenes que estimulan la imaginación, fundamentan la razón y expande las emociones ¡Seamos lectores como Darío! Podríamos asumir la lectura como actitud para el aprendizaje, aprovechar el tiempo abriendo, desde cualquier espacio y momento, una ventana al mundo exterior e interior.

Era un niño y joven inquieto que se hizo hombre sin dejar de ser curioso (3), nunca perdió esa virtud, los viejos suelen perderla, la edad, la escuela y la rigidez social, apagan la curiosidad sana y creativa de la infancia. Era observador constante, no ajeno al entorno, nada de su alrededor le era desapercibido; atento a lo que ocurría, se sorprendía de los detalles, apreciaba lo complejo y lo simple, lo cotidiano y extraordinario. Por curioso y observador (4), necesitó viajar –también fue un escape-, descubrir lugares y personas; las crónicas evidencian al observador acucioso, informado y capaz de descubrir, expresando con estilo, más allá de lo obvio ¡Curiosos y observadores como Darío!

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Sabía escuchar (5). Era capaz de dirigir una conversación sin decir una palabra. No era su defecto hablar sin parar, sabía guardar silencio y oír atento lo que otros decían, asentir o disentir, sin asaltar la palabra. Apreciar el conflicto de ideas que coinciden y disienten, que provocan la imaginación, despiertan la razón, la lógica, los absurdos, puntos de vista diversos que enriquecen y descubren lo que no vemos. Escuchando aprendía, como supo hacerlo desde temprano en las tertulias de su niñez que marcaron un método de aprendizaje, consciente e instintivo. ¡Escuchemos como Darío!

Era persistente (6) en lo que identificaba como su propósito. Dijo: “soy un instrumento del Supremo Destino”, y no cesó hasta el fin de transformar, innovar la prosa y la poesía, lo identificó y asumió como obligación, a veces una carga llevada con entereza, en medio de sus limitaciones humanas, lidiando con las fragilidades personales intrínsecas. Fue un hombre imperfecto que pudo impulsar con perfección su propósito, ¿qué puede ser mas meritorio?

Era, en su complejidad intelectual y humana, sencillo (7), humilde. Le gustaba la elegancia, la conversación inteligente, los grandes salones, la buena comida, el buen vino…, pero supo relacionarse con todos, sin ver por encima del hombro. Francisca Sánchez, la campesina española a quien enseñó a leer, desde su simplicidad, logró entenderlo, el poeta escribió: “lazarillo de Dios en mi sendero”. Como los niños, siendo adulto, era ingenuo; asumía la sencillez bien intencionada que a la vez lo hacía vulnerable.

Fueron la curiosidad, la persistencia y la sencillez, puertas de entrada de su aprendizaje. Rasgos personales que le permitieron asimilar y transformar a partir de la lectura, la observación y la conversación. Ello le facilitó aprovechar su memoria prodigiosa y su inteligencia natural, sin desperdicio, las hizo fructificar, he allí el rumbo por aprender e imitarlo.

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Tuvo cualidades personales inseparables a su sensibilidad artística. Enuncio tres: i) no respondía la ofensa con ofensa (8), hay numerosos ejemplos, ii) respetuoso (9) con todos, y iii) siempre agradecido (10), conservó la actitud de reconocer el apoyo recibido sin olvidarlo ni dejar de expresar, de la manera posible, en sus textos y versos, y de manera directa, escueto y franco, en sus conversaciones, gratitud por el favor recibido.

En escuelas y universidades, en instituciones públicas y privadas, junto a los textos en prosa y en verso, en la celebración del centenario de la muerte y ciento cincuenta años de nacimiento, deberíamos resaltar: “seamos autodidactas como Darío, lectores, curiosos y observadores como Darío, aprendamos a escuchar, asumamos su sencillez y sensibilidad, su capacidad de agradecer”. No invisibilicemos el mérito personal frente a sus defectos. Así se construyó el genio, así cultivó las habilidades naturales y sociales heredadas. Es la “Pedagogía rubendariana” que hemos obviado que tuvo como consecuencia su obra imperecedera.

www.franciscobautista.com


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Francisco Bautista Lara

El autor es escritor, académico y consultor nicaragüense, especialista en seguridad ciudadana y policía. Economista, master en Administración y Dirección de Empresas.

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