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Apuntes sobre la polarización que fomentan Ortega y Murillo

El régimen orteguista fomenta la polarización; este es su oxígeno. Necesita explotar esa forma burda pero efectiva de movilización

Daniel Ortega y Rosario Murillo. Foto: El 19 digital

Michael Reed Hurtado

23 de julio 2021

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La polarización es un proceso dirigido que busca el surgimiento de rasgos de identidad personal para generar en el cuerpo social dos opuestos, que se repelen. La polarización es el conducto más rápido para justificar todo tipo de acciones, incluso las que, bajo cualquier otra circunstancia, se considerarían ilegítimas.  La polarización está en el origen y en la extensión del odio y de la violencia colectiva.

El régimen orteguista fomenta la polarización; este es su oxígeno.  Necesita explotar esa forma burda pero efectiva de movilización. El régimen vive políticamente de la polarización, puesto que alimenta una espiral de odio, miedo y violencia que militariza y recluta a sus bases.  Hace parte de su origen y proyección luchar contra enemigos.


Sin pretender ser exhaustivo comparto algunas líneas sobre la polarización como proceso social, con el fin de contribuir a su comprensión e, idealmente, a promover la adopción de mecanismos para su confrontación.  No hay soluciones fáciles ni mágicas en contra de la polarización.  Sin embargo, su irradiación como método o artilugio de persuasión es un hecho que no implica que la aceptemos sin respuesta.

La polarización es un recurso ampliamente explotado

La polarización es un recurso y un estado psicológico que carcome las mentalidades y las sensibilidades de las personas.  Se usa para producir sentimientos extremos en los grupos humanos.  El fomento de la polarización y su provecho político son recursos antiquísimos que, en los últimos años, han sido escalados y amplificados:  emporios propagandísticos muy sofisticados la explotan para provecho comercial y político, en todo el mundo, especialmente mediante las redes sociales.

Sabemos que es mucho más fácil y poderoso emocionar hacia la acción mediante el odio y el temor que mediante la compasión y la edificación. Como recuerda David Grossman (2007): es más fácil azuzar un estado de condena que construir un estado de libertad, destruir al enemigo que cuestionar la justificación propia, o vivir del fanatismo que lanzarse al abismo y la complejidad de un mundo lleno de matices y particularidades.

En términos muy simples: movilizar a la acción a golpe de rabia es más fácil y efectivo que promover movimientos mediante aspiraciones constructivas.  Personajes muy disimiles evocan este credo:  Uribe (en Colombia), Trump (en Estados Unidos) y Ortega (en Nicaragua), solo por poner unos ejemplos.

La polarización puede entenderse como un lente que sólo ve opuestos y que no permite encuentros. Construye identidad en oposición a otros, odiados y malditos. Sustituye el proceso analítico de lo que una persona cree por el rechazo a lo que los otros representan.  La polarización usa el sentido común para mistificar una realidad social, anulando cualquier mirada o comprensión diferente.

El legado de la guerra y los guerreros

La polarización es una condición y un atributo de la guerra que la sociedad nicaragüense, como la de mi natal Colombia, conoce y experimenta como si nada.  La polarización está instalada en las formas y las interacciones sociales; quienes ejercen el poder saben perfectamente cómo moverse en ella y cómo causar oleadas para favorecer sus intereses.

La polarización va de la mano de la promoción de estereotipos del enemigo que lo tornan en un objeto simplificado de odio y de justificación para todo lo que se necesite hacer que conduzca a su destrucción.  Se manifiesta en aforismos, tales como:  todo lo que hace el enemigo es malo; el enemigo es el responsable de todo lo malo; o al enemigo no se le puede creer porque siempre nos ha hecho daño.  La naturaleza circular del razonamiento es evidente:  todo conduce y todo se deriva del enemigo.

Hay un campo de guerra que se dedica a la “construcción del enemigo”. Ortega y sus partidarios lo conocen bien; desde hace décadas, lo padecieron y lo conquistaron.  Es una especialidad psicológica que busca que se instale una imagen del otro construida a partir de componentes emocionales.  Busca construir e irradiar una percepción del otro que es controlada por la esfera afectiva y se limita a la “dicotomía primitiva bien-mal y amigo-enemigo” (Blair 1999).

La construcción del enemigo, como proceso calculado, apunta a que el otro sea percibido a partir de la desconfianza total, la asociación de todo lo malo con la imagen del enemigo, la anticipación de que cualquier acción o anuncio del enemigo tendrá repercusiones negativas, un razonamiento de suma cero según el cual lo que beneficia al enemigo nos destruye, y el rechazo a la empatía, puesto que cualquier expresión de humanidad hacia el enemigo es peligrosa (Spillmann y Spillmann 1991). Siguiendo esta línea, en el enemigo se depositan las razones de toda desgracia nacional.

Antes de la más reciente contienda política y social, la polarización ya estaba arraigada como sentimiento social en Nicaragua. De hecho, la polarización ha sido un recurso aplicado por bandos opuestos durante décadas. Ahora es explotado por el régimen orteguista para perpetuarse en el poder; pero, buena parte de los asuntos políticos en Nicaragua están teñidos por el dolor, el sufrimiento y la muerte.

En estos contextos, la enemistad domina las formas sociales (Sofsky 2004).  Ortega y sus partidarios lo saben y lo explotan, con indolencia y sin ninguna consideración por las repercusiones.  Lo único que importa es ganar, imponerse, anular la razón y promover sentimientos básicos de odio y de rencor.

Frenar la polarización: tarea difícil

Entre más prolongada sea la confrontación y más se extienda la polarización, más superficial se torna la manera de concebir los problemas y de hablar de la contienda.  Un “estado de guerra” permanente se convierte en un espacio lleno “de la suciedad y de las manipulaciones de los timadores y violadores del lenguaje” (Grossman 2007).  Ese estado carcome – a golpe de sospechas, simplificaciones, odios y estereotipos – los espacios sociales (como a las personas que los habitan).

En contextos polarizados, como el nicaragüense, la identidad colectiva – por ejemplo, la que se deriva de hacer parte del partido de gobierno – no está basada en elementos propios, sino en un posicionamiento por antinomia a lo que se rechaza.  La polarización conduce a interpretar el mundo sin tener que entenderlo; se procede con base en el miedo al otro y el rechazo a un mal conjeturado (y exagerado).

La polarización vive del odio, evade todo ejercicio de simpatía o empatía. Es voraz y totalizante. Anula la posibilidad de discutir, de encontrar matices, de saber qué es lo que tanto molesta o de entender cómo se pueden abordar los problemas.  Entre gritos, acusaciones y mistificaciones del mal es imposible vivir racionalmente.  La polarización produce una peligrosa calentura que tiende a amplificarse.

Resulta importante actuar (y hablar) de manera consciente para desarticular su efecto expansivo, no a exacerbarlo – que es justamente lo que buscan los incendiarios y timadores.  Sin intervención, el conflicto engendra mecanismos de auto sostenibilidad; su desarticulación implica esfuerzos individuales y colectivos que empiezan por no caer en la trampa de la provocación y no acudir a la suciedad o a la exageración de los manipuladores que promueven la polarización.  Por algún lugar hay que arrancar…

El autor es profesor de Georgetown University.


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