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¡Alguien viste mejor!

No solo los bosques y el agua agonizan, continuamos extinguiendo insectos, aves y animales. ¡Asume tu falta!

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Tenía años de no verlas, pasó frente a mí, su traje azul desleído, con pringues amarillos y pliegues blancos, fue una ofrenda para mis ojos. No se percató que curioso la miraba a través de la ventana, concentrada, daba vueltas, coqueta, se despidió dejando mi aliento cautivado. Entonces reparé en su presencia. Di su desaparición como un hecho y después de muchos años volví a interesarme en su existencia. Me trajo viejos recuerdos. Me desplacé en el tiempo y tomé conciencia de su caída en picada. Los esfuerzos se orientan hoy por lograr su sobrevivencia.

Mi evocación se desplazó veloz, las recordé cuando niño salían a mi encuentro, presa fácil, las devorábamos injustamente. Las correteábamos sin darles respiro. Abríamos sus alas para examinar, con curiosidad letal, la armonía inigualable de sus diseños y los diversos colores de sus ropajes. ¡No hay parangón! ¡No existe nada parecido a la belleza con que visten! Los diseñadores se asoman con la intención de copiar la esplendidez y maestría con que confeccionan sus trajes. Son abanderadas de nuevos estilos y colores. Aún siguen siéndolo.


Bandadas de muchachos las perseguíamos, disputándonos por atrapar el rojo crepuscular, verde encendido, amarillo tropical, negro nocturnal, blanco lechoso, azul cielo y púrpura arzobispal, tejidos en sus trajes primorosos. ¿Alguien vestirá mejor? Algunos pretensiosos, jugando a la originalidad, apenas replican su belleza. Los suyos son simples remedos. No han podido igualar sus logros, menos sobrepasar sus encantos. ¡Ay de las modistas y modistos! ¿La belleza de la naturaleza sobrepasa el arte? Al menos así lo cree, en muchos casos, Simone de Beauvior.

Intrigado, salí de en su búsqueda, revestido de una nueva ternura, me doy cuenta que apenas he alcanzado a ver dos o tres, dueñas de su territorio, en varias semanas. Mis búsquedas matutinas han sido fallidas. Confieso ruborizado que formo parte del cuerpo de depredadores que las atrapaban para perennizar su existencia. Las disecábamos para meterlas entre las hojas de nuestros cuadernos. Las coleccionábamos. Celosos de su libertad las encarcelábamos. Cada quien mostraba orgulloso su álbum, para saber si sus criaturas eran superiores en color, tamaño y diseños.

Después que leí Cien Años de Soledad, siendo un joven, vinculé a las mariposas con un destino amoroso trágico. Su revuelo inconfundible delataba la presencia de Mauricio Babilonia. Fueron las causantes de su muerte. Para su desgracia, llegaron a confundirlo con un ladrón vulgar, mientras trataba de ver a su novia en el patio de su casa. El amarillo caribe, como aclaró Gabo a Plinio Apuleyo Mendoza, en El olor a la guayaba, se convirtió en su color predilecto. Las flores amarillas ⧿con ellas Mercedes adornaba la casa⧿ y las mariposas amarillas, identifican a Gabo para siempre.

Las mariposas monarcas, atrajeron de nuevo mi atención. Mientras estudiaba en México, aprecié su migración recurrente. Por millares viajan todos los años desde Canadá hasta Piedra herrada, llegan durante los primeros días del mes de noviembre. En un país supersticioso, surgió la leyenda, creen que lo hacen para recordar a sus deudos. Vuelan 120 kilómetros diarios, durante 25 días, aprovechan los vientos del norte. Para preservarlas, el gobierno entrega una contribución a los ejidatarios del Estado de México. Se instalan en sus propiedades hasta inicios de la primavera.

Esta mañana evoqué la cadencia y simpatía con que atravesaban las calles de mi pueblo, alegraban las mañanas. Su ausencia me provoca nostalgia. Crecí departiendo su dulce compañía, sigo buscándolas, ya no corretean por las calles. Las mariposas de colores radiantes desaparecieron. La urbanización y los insecticidas son mortales. Para verlas hay que ir a una reserva donde jubilosas festejan la vida. En algún momento se producirá el encuentro. Deseo verlas desplazándose sobre las veraneras y las avispas de mi jardín, internándose o saliendo del bosque vecino.

No solo los bosques y el agua agonizan, continuamos extinguiendo insectos, aves y animales. ¡Asume tu falta! ¿De cuántas de sus muertes eres responsable? Asumo la culpa que me asiste. Tardé mucho en comprender que despojábamos a Juigalpa de una de las bellezas que adornaban sus calles. ¡Mariposa de azul desleído, con pringues amarillos y pliegues blancos, no me abandones! ¡Regresa por favor! Hoy saldré de nuevo a tu encuentro. ¡Nadie te hará daño en mi jardín florecido! ¡Confío que en este invierno ocurrirá el milagro!

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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