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Zoilamérica Ortega Murillo: “Yo di un grito de libertad”

“Yo me siento parte de ese reclamo de verdad y creo que, además, me han devuelto el derecho a pensar que la justicia es posible”

Colaboración Confidencial

Cindy Regidor

9 de septiembre 2019

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“Cuando el padrastro es el presidente, cuando el padrastro tiene todo el poder, todo el país es su casa”, dice Zoilamérica Narváez con voz pausada. Es parte del testimonio que brinda en “Exiliada”, un cortometraje de la cineasta nicaragüense Leonor Zúniga, que vio la luz por primera vez a finales de abril de este año. La obra no se enfoca en el escándalo político, ni en la controversia o el morbo, sino en dar protagonismo a quien de víctima pasa a ser una persona que rehace su vida en el exilio, al lado de sus hijos, luego de ser víctima de persecución política en Nicaragua, tras denunciar al abuso sexual que sufrió desde que tenía once años.

El filme permite entrar en la vida de la mujer que denunció el abuso sexual que sufrió por parte de su padrastro Daniel Ortega, el poderoso comandante de la revolución sandinista, presidente de Nicaragua y hoy convertido en el dictador que, junto a su esposa como vicepresidenta, provocaron la mayor matanza en tiempos de paz en el país.


En esta entrevista, Zoilamérica habla sobre su exilio, su intención de retornar a Nicaragua, su búsqueda de justicia y sobre cómo considera que Nicaragua puede salir de la crisis sociopolítica que vive desde abril de 2018.

El documental “Exiliada”

La película se llama “Exiliada”, ¿en qué momento decidiste exiliarte y por qué?

Yo llego a Costa Rica en 2013 y realmente el significado del exilio solo se obtiene durante el proceso. Tengo que decir que la película es el resultado del atrevimiento de Leonor Zúniga. Tengo gratitud hacia ella por haber sido la primera persona que quiso entrar en mi identidad. Realmente, he tenido una historia en la que, para algunos, he sido una mujer como tantas, con una historia de violencia; pero, para otros, he sido una enemiga política o una persona que ha tratado de tener poder a través de su intimidad.

Creo que Leonor puso en contexto la evidencia del costo más alto que se puede pagar por tener la libertad como mujer y por decir la verdad.

¿Qué significó exiliarte en Costa Rica? Este es el destino de la mayoría de los migrantes nicaragüenses y de los que se han exiliado por ser perseguidos políticos del régimen durante esta crisis.

Creo que el escapar no te permite elegir adónde querés ir. Precisamente, “Exiliada” puede ser el testimonio de muchos que hoy han llegado. En mi caso, (llegué) con un niño de ocho años.

Esta sensación de destierro, es una palabra muy fuerte, que te hace tocar la realidad de lo que sos sin tu tierra, la realidad de lo que sos sin tu patria. Sentirte solo en un lugar en donde tenés que empezar a alimentarte de sonrisas de desconocidos, entender que te tenés que ganar el sustento del día a día, que nada es tuyo, que tenés que negociar con otra cultura.

Ese proceso tan difícil que, sin embargo, me hizo ser más humilde, me hizo conocer mis propias capacidades para abrir un nuevo escenario y que creo que es lo que hoy enfrentamos los nicaragüenses que venimos, porque el refugiado nicaragüense es un refugiado que quiere regresar y nosotros venimos, probablemente, con una pequeña maleta con las pocas cosas, pero ahora (se trata de) cómo convertir las adversidades cotidianas, las dificultades que tenemos para acceder a seguridad, salud, para acceder a la comida, a una vivienda, cómo convertir la adversidad en un recuerdo cotidiano de que estamos aquí por convicción y que esta etapa nos puede hacer más grandes y regresar con un equipaje más grande de lecciones.

Yo creo que el exilio también tiene que ser resignificado, porque es una opción política. El exilio sigue siendo parte de la lucha política. No estamos solo (ante) un desplazamiento humanitario, sino que, desde acá, seguimos resistiendo para también poder retornar siendo mejores personas.

¿Vos también quisieras regresar a Nicaragua?

Por supuesto. Yo creo que el retorno ya lo empezamos... Es tejer un puente y lo hacemos en la medida en que cada uno empieza a recuperar el saber a qué quiere llegar allá, el que no vamos a esperar que ellos se vayan para regresar, si encontramos algo que hacer para contribuir. Vamos a regresar y ese retorno es personal, es una opción política… Cada uno tiene que tomar su decisión, pero no somos un exilio pasivo, somos un exilio en resistencia que encontrará la manera de, paulatinamente, ir recuperando el lugar de lucha, y que estamos para decir que en el momento que nos necesiten vamos a estar allá.

¿Por qué decidiste abrir tu casa, tu mundo familiar, para que se contara tu historia a través de este documental?

He sido una persona, sobre todo después de mi denuncia, que después de haber pasado durante 30 años escondida, con un montón de secretos… para mí, ha sido muy importante sentir que puedo abrir mi vida, porque no tengo nada que esconder. Sentir que puedo mirar de frente a todo mundo sin decirle que tengo algo que debo y, por lo tanto, mostrar cada parte de mi vida, recuperar lo cotidiano…

Siempre va a ser difícil, porque implica intentar todos los días ser íntegro y ser coherente, y si sos íntegro y sos coherente siempre vas a poder abrir tu vida sin que nadie tema encontrar cosas oscuras y mentiras, y mostrar también que el exilio es esa verdad y que aquí estoy siendo lo mejor de mí misma para poder estar donde estoy, como madre y como persona.

“Lo que hice fue salvarme”

Vos enfrentaste a tu abusador en 1998, 20 años antes de que existiera el Movimiento #MeToo. ¿Te ves como pionera al haber señalado a un hombre tan poderoso como Daniel Ortega en un momento como ese, hace tanto tiempo?

Yo creo que no podría considerarme un referente ni ideológico ni histórico porque, desde mí misma, lo que hice en 1998 fue salvarme. Fue salir. No puedo decir que yo tenía la conciencia que hoy tienen estas mujeres decididas con todo un bagaje de ideología, que creo que están abriendo camino con eso. Yo pienso que yo di un grito de libertad y el primer elemento de libertad para mí fue decir: ‘Necesito salir de esta familia, necesito detener el acoso sexual’, y, sobre todo decir, ‘quiero ser libre de esto’.

Los procesos de denuncia, los procesos que vienen después de haber vivido violencia, son, creo yo, muy basados en un cambio de poder, porque se trata de recuperar el poder personal, lo que uno es. Y creo que empecé el camino para recuperarme a mí misma, que es lo más importante.

En el documental decís que tu acusación se convirtió en una amenaza a la revolución, porque Ortega se considera a sí mismo la revolución. ¿Cómo evaluás la reacción de la sociedad nicaragüense ante tu denuncia? ¿Te sentiste sola? ¿Respaldada?

Cuando yo pienso en otras mujeres que han vivido violencia, y que viven aun las que no han logrado hablar, y cuando me preguntan qué es lo primero que quisiera decirles, es que quisiera que la sociedad siempre, siempre, esté lista para abrazar a esas muchachas, a esas mujeres.

Mi camino fue muy duro, muy solitario, porque además de no ser creída, tampoco el que me creía sabía por qué me creía. Sin embargo, también ha sido muy esperanzador ver cómo he permitido respetar el proceso de cada quien. Hoy mucha gente me dice: ‘No te creí en ese momento, pero todo lo que ha pasado paulatinamente me confirma que, efectivamente, Daniel Ortega era el abusador sexual, que hoy es un dictador y alguien que ha dirigido los crímenes más difíciles para la historia de Nicaragua”.

En eso también hay una enseñanza, que es que cada persona va a tener su proceso de despertar. Yo, en aquel momento, probablemente hubiese querido más apoyo, pero los actos de justicia cotidianos están en el que una persona hoy reconozca lo que es este régimen y pueda entender por qué Nicaragua no puede seguir apostando a liderazgos donde lo personal esté separado de lo político. Creo que es un buen momento para hablar de esto en términos de coherencia.

Cuando estalló la rebelión cívica de abril de 2018, la justificación de la represión, el ‘vamos con todo’ era porque, supuestamente, no podían permitir que les robaran la revolución. ¿Sentís que hay un paralelismo en la reacción del partido Frente Sandinista hacia la amenaza que, según ellos, representabas vos, y la amenaza que representó la Rebelión de Abril?

La principal derrota que ya tiene el actual Gobierno dictatorial es la de la conciencia. Efectivamente, lo más difícil para mí fue salir de la sumisión, salir de esa doctrina que me había convencido de que callar el abuso sexual era el mayor aporte a la revolución.

De igual manera, desde abril para acá, ese despertar creo que ha retado de manera definitiva y les ha arrebatado la verdad que ellos tenían atrapada a través de la manipulación. El paralelismo más importante tiene que ver con lograr salir de esa dominación que hay de las ideologías, de los patrones y de la cultura política.

También es importante saber que, para salir verdaderamente de eso, tenemos que dejar de actuar como ellos han querido que actuemos, que nos empecemos a atacar usando, a veces, los mismos epítetos que ellos usan para descalificarnos uno a otros. Los grandes problemas para coincidir y para estar unidos tienen que ver con que a veces hemos copiado el decir quién fue de un partido, quién de otro, quién fue traidor y quién no y llenarnos de esa sospecha que ellos nos enseñaron a tener contra todo aquel que pensaba diferente. Creo que ese es el reto más importante, que el abuso de poder no continúe en nosotros, en nuestra mentalidad, en nuestra cultura política.

¿Qué significa que esta película vea la luz en este momento en que se vive una crisis ocasionada por Daniel Ortega y por tu madre Rosario Murillo? ¿Tiene el documental una connotación política?

Primero, creo que el documental tiene que recordar que nosotros, los exiliados, y en particular en mi caso, pude salir, pude escapar. Todavía hay presos políticos, hay muchos que no pudieron llegar acá, que no pudieron escapar, que son nuestros héroes, y, definitivamente sí, hay una connotación política, en el sentido de que Nicaragua ha sido lección de lecciones muy importantes para el mundo, pero esta vez la lección es que, precisamente, esta dictadura se ensayó desde una práctica personal autoritaria, abusiva y de lo que puede llegar a ser si los sistemas políticos no procuran establecer y pedir esa coherencia en el liderazgo.

La fusión de la pareja presidencial

En 1998, cuando diste tu testimonio y presentaste tu denuncia, estabas buscando justicia, ¿continúas buscando justicia?

Sí. El significado de la justicia en cada etapa de la vida es diferente. Hoy me siento mucho más acompañada por un pueblo que pide justicia. Definitivamente que no voy a poder recuperar lo perdido, como tampoco lo van a recuperar las Madres de Abril, a sus hijos, pero, somos un pueblo que el primer paso que quiere, para tener justicia, es verdad. Y yo me siento parte de ese reclamo y creo que, además, me han devuelto el derecho a pensar que la justicia es posible.

Algunos preguntan y especulan quién manda en Nicaragua, vos que conocés probablemente mejor que nadie a la pareja presidencial, ¿quién creés que ejerce el poder?

Existe, a estas alturas, una fusión, una fusión perversa, en donde Daniel Ortega es la justificación absoluta para un ejercicio brutal y déspota de Rosario Murillo por preservar el poder y, además de eso, por hacer de Nicaragua el reino para toda la vida.

En tu opinión, ¿se puede lograr una salida política pacífica a la crisis que vive Nicaragua?

La salida está en nosotros y creo que el elemento de la unidad que mencioné es sumamente importante, que dejemos de decir que no tenemos líderes, que empecemos a reconocer todos los liderazgos que aparecen y que quieren aportar, y que los veamos con ojos diferentes para que podamos ser reconocidos por lo que somos: un pueblo que sí tiene una propuesta.

En este caso, creo que la comunidad internacional tiene que reconocer que la crisis en Nicaragua ha demostrado que las nuevas violencias son capaces de disfrazar a dictadores de legitimidad y que cuando eso pasa, los mecanismos hasta hoy creados pueden ser lentos, insuficientes y cada día que pasa puede ser un día para fortalecer estos mecanismos y el que se cometan crímenes.

Creo que el desafío mayor para nosotros es reconocer eso. La salida está en nosotros, en que empecemos a fortalecer la capacidad de actuar y, por otro lado, porque aquí no hay un tema de que tengamos desacuerdos (sobre) si la vía armada o la vía cívica. Nicaragua no quiere más guerra, y tampoco hay controversia entre si queremos o no elecciones adelantadas o diálogo. Lo que no queremos es que sigan dictando las reglas del juego desde los mismos espacios desde donde se planifican los crímenes y el genocidio. Por lo tanto, no queremos que la comunidad internacional nos salve, queremos que la comunidad internacional reconozca la insuficiencia de sus mecanismos diplomáticos y sea el facilitador de un diálogo efectivo.

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