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“Atendí a mi hija en casa como paciente covid-19 y se recuperó”

Madre relata cómo una familia cambió su vida, para proteger la salud de una joven de 16 años que se mantuvo en cuarentena durante más de dos semanas

Foto de Polina Tankilevitch en Pexels

21 de mayo 2020

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Soy madre de familia, y sicóloga de profesión, y quiero contarles cómo es que mi hija mayor, de iniciales KM, se enfermó de covid-19 en la universidad en que estudia, y cómo organicé a mi familia para atenderla hasta que sanó de su enfermedad, logrando que no se me enfermara nadie más en el proceso.

KM tiene 16 años, y este año comenzó a estudiar Medicina en una universidad privada. Cuando se anunció el primer contagio por covid-19 en el país, la universidad comenzó a aplicar algunas medidas de seguridad para permitir la entrada al campus, como tomar la temperatura a todos, dando como resultado que hubiera que hacer una gran fila para poder entrar a dejar a nuestra hija.


No sabemos cómo y dónde se contagió, pero pensamos que fue en las aulas de clase. Aunque ella apenas está comenzando la carrera, llevaba materias con alumnos que están en grados superiores, pero están limpiando clases de primer año, y ella piensa que alguno de ellos pudo haberla contagiado, porque había varios que parecían estar enfermos.

Mi hija es muy responsable, y sabía que tenía que tomar algunas medidas para poder cuidarse, pero si algo aprendimos de toda esta situación, es que basta con que pongás tu celular un segundo en algún lugar que esté contagiado, y al tomarlo de nuevo, ya te contagiaste vos también.

Los síntomas de covid-19 y el temor de ser estigmatizados

Unos días después, ella me dijo que tenía un malestar en la garganta, en el que se combinaban el dolor y la picazón. Luego carraspera, y después llegó la fiebre, el dolor de cabeza y de cuerpo, pero lo que más la afectó fue la fiebre, que llegó a marcar hasta 39 grados de forma intermitente, en donde persistía esa sensación de malestar general, con síntomas que duraban uno o dos días.

Cuando la fiebre se sumó al malestar en la garganta, fue cuando nos comenzamos a preocupar por su salud, pero también por el temor a ser estigmatizados. Nos daba miedo decirle a la señora que trabaja en mi casa, porque no sabíamos cómo iba a reaccionar. Eso fue cuando el único caso conocido era el de Ossiel Herrera.

Mi familia reaccionó con incredulidad. Cuando les dijimos que sospechábamos que ella estaba con covid-19, nos decían “clase loquera, ¿ya le hiciste el examen?”, porque tengo parientes que apoyan al Gobierno y le creen su discurso, y otros que no.

Lo que hice fue conseguir toda la ayuda médica que me fue posible, y llamé a su pediatra de cabecera de toda la vida, que es neumólogo y alergólogo, y una doctora que trabaja en la misma clínica que yo, que me dijo que por todos los síntomas, aunque no se le hubiera hecho prueba de laboratorio, íbamos a tratarla como covid-19.

Su estrategia fue muy sencilla: si es covid-19, vamos a atenderla como tal, y a mantenerla controlada. Si no lo es, entonces desarrollará otra dolencia, y sabremos tratarla. Al final, no hubo otro síntoma, lo que también sirvió para confirmar las sospechas.

Al tomar la decisión de atender a mi hija en casa, la doctora también me advirtió que teníamos que cuidar a toda la familia, así que lo primero que hice fue decirle a mi hija que iba a tener que cuarentenear en su cuarto. Ella es muy responsable y dijo que sí, sin oponer resistencia.

Aunque tenemos una señora que nos ayuda con las labores de la casa, yo tomé la decisión que la única que trataría con mi hija, era yo. Todos los días hacía agua tibia con limón, y hacía que todos la bebieran en ayunas. En la noche, después de lavarse los dientes, y antes de mandar a todos a dormir, les hacía un te de canela, jengibre y manzanilla, al punto que en mi casa institucionalizamos la hora del te, aunque no fuera a las 5:00 pm, como los ingleses.

No sé si todo esto fue un mecanismo de defensa emocional para sentir que estaba protegiendo a mi familia, pero me funcionó.

Comiendo y viviendo juntos

A pesar de todos mis esfuerzos por aislar a mi hija, un lunes me llamó la señora que me trabaja para decirme que ella también estaba enferma. Le dije que se quedara en su casa, y que buscara ayuda, así que ella fue a un médico privado, que le dijo que no era nada. Que estaba padeciendo de una gripe cualquiera, aunque sin hacerle ningún examen de laboratorio.

Unos días después se enfermaron otros tres familiares de la señora, incluyendo una sobrina, y su propia hermana. Todos fueron a hospitales públicos, donde no les hicieron exámenes, ni los pusieron en cuarentena, porque también les dijeron que padecían una enfermedad respiratoria común.

Yo le dije que se quedara en su casa, y le permití que regresara como al día 12 o 13 desde que se reportó enferma. Le recomendé que siguiera en su casa los mismos protocolos que estábamos siguiendo en la nuestra, y que dejara de seguir enviando a sus hijos a clase. Desde ese día, los niños de esa casa dejaron la escuela.

Mientras tanto, yo trataba de atender no solo la salud física de mi hija, sino también su bienestar emocional. Yo sé que para los adolescentes es fácil estar todo el día encerrados en su cuarto, y más si tienen una laptop conectada a Internet, pero no es lo mismo hacerlo porque es tu deseo, que por obligación, así que a la hora de la comida, procurábamos comer juntos, aunque ella nos estuviera acompañando desde el interior de su habitación.

En ocasiones, cuando sus hermanitos se iban a dormir, le permitíamos que saliera de su cuarto a ver una película con mi esposo y conmigo, siempre usando guantes y mascarilla. En ese caso, ella usaba siempre el mismo sillón, y cuando se levantaba para irse a dormir, yo lo desinfectaba muy bien antes de irme a dormir yo también.

El peor día y el miedo

De todo ese periodo, hubo un día que tuve mucho miedo. KM me dijo que cuando se levantaba de la cama para ir al baño, se sentía muy cansada, como si hubiera corrido. Ese día llamé como 500 veces a la doctora, que buscó cómo tranquilizarme. Mi hija también. Ella me dijo, “mamá, me canso, pero no me cuesta respirar”.

Por suerte, esa crisis duró solo duró un día, pero yo me sentía muy mal porque no podía abrazar a mi muchachita, ni ponerle un pañito en su frente.

Había momentos en que sus hermanos (una niña de 11 años, y un niño de ocho) rompían a llorar porque sabían que eso no era normal, y tenían miedo, pero ahí estaba yo para consolarlos. En otras ocasiones, ellos llegaban hasta la puerta del cuarto de su hermana a querer entrar, y yo tenía que gritarles que no entraran.

Aunque tuve que establecer horarios y condiciones para que los niños pudieran salir a jugar un rato por sanidad emocional, (pero también para que no se engancharan demasiado a la tecnología), la verdad es que recurrimos a algunas aplicaciones para recordarnos a todos que debíamos lavarnos las manos cada 40 minutos, sin importar lo que estuviéramos haciendo, o beber agua con frecuencia.

Al finalizar esta historia, me doy cuenta que estamos lejos de estar a salvo, y que no es válida mi esperanza de que al menos mi hija quedó inmunizada, porque estoy leyendo noticias de gente recuperada que se reinfectó y hasta han muerto por infartos.

De nuevo estoy volviendo a tener miedo, porque veo cómo está subiendo la curva de contagios, pero también porque veo que el inicio de las lluvias reactivará las enfermedades estacionales, y no parece que haya un plan para combatirlas.

Si quiero cerrar con un elemento positivo, es que mi hija tiene más de seis semanas de estar sana, y no se enfermó nadie más de mi familia, ni de la familia de la señora que nos trabaja. Ahora estamos extremando las medidas de higiene en casa, y haciendo todo lo que esté en mi mano para fortalecer el sistema inmunológico de todos en el hogar.

Soy su madre, y haré todo lo que sea necesario para protegerlos.

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Iván Olivares

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Durante más de veinte años se ha desempeñado en CONFIDENCIAL como periodista de Economía. Antes trabajó en el semanario La Crónica, el diario La Prensa y El Nuevo Diario. Además, ha publicado en el Diario de Hoy, de El Salvador. Ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia en Periodismo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Nicaragua.

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