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Sobreviviente de covid-19: “No me va alcanzar la vida para agradecerle al personal de Salud”

Pobladora de Managua cuenta en primera persona a CONFIDENCIAL cómo luchó contra la enfermedad desde el Hospital Fernando Vélez Paiz

El Hospital Fernando Vélez Paiz es una de las unidades de salud habilitadas para atender pacientes covid en Nicaragua. Foto tomada de la página del hospital

Redacción Confidencial

29 de junio 2021

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Este virus es como una ruleta rusa. No a todas las personas nos da las mismas complicaciones. A unos les va mejor que a otros. Nunca se sabe. De mi familia todos nos contagiamos, no puedo decir cuántos somos porque temo que puedan identificarnos, pero sí puedo asegurar que estar dentro del hospital, en la sala de respiratorio, es duro. Uno se prepara para morir.

El sonido de las máquinas te estremece de entrada. Atraviesas los pasillos y vas oyendo los quejidos ahogados de los pacientes que están peor que uno. Oís los llamados a la morgue que te recuerdan que el próximo podés ser vos. Perdés tu privacidad, no tenés fuerzas ni para moverte al baño para hacer tus necesidades y menos para bañarte. Dependés totalmente de las enfermeras y enfermeros que te limpian y te acompañan como si fueras de su familia. O al menos así se siente.


Allí adentro es una zona al margen de lo que pasa en el país. Es una zona especial, sumamente humana, donde estás concentrado en sobrevivir o, por lo menos, en ponerte en paz con vos mismo, por si no la librás.

Este es el testimonio de la paciente “Juana Saraí”, quien se contagió de la covid-19 a principios de mayo pasado y estuvo internada durante la tercera semana de ese mes, en el Hospital Fernando Vélez Paiz, de Managua. Esta es su historia contada en primera persona. Su nombre fue cambiado a petición de la sobreviviente por temor a ser perseguida al exponer la situación del hospital.

La faringitis que se volvió covid-19

No puedo explicar con certeza cómo nos contagiamos. Solo sé que en la segunda semana de mayo aparecieron los primeros síntomas. De mi familia fui la segunda en tenerlos. Comenzamos con un decaimiento parecido al que sentís tras un día cansado de trabajo. Después se unió el dolor en el cuerpo, hasta que perdimos el olfato. Eso fue lo que encendió nuestra alarma de que podría ser la covid-19.

Llamamos a la línea del Minsa (Ministerio de Salud) para saber dónde podíamos hacernos los exámenes para confirmar o descartar la covid, pero nos dijeron que no lo ameritábamos porque lo más probable era que teníamos faringitis. Así que nos recetaron acetaminofén.

Uno o dos días después me empezó la fiebre y  la tos. Otro de mis familiares empeoró también, así que fue a pasar consulta en un centro de salud, ahí le hicieron la prueba PCR y dio positivo. Los médicos del centro llegaron a la casa y nos dieron una charla. Nos dijeron que si nos sentíamos peor que fuéramos al hospital.

A los días yo me fui hacer unas placas y unos exámenes que me recomendó un médico privado; todo me salió alterado. Me acuerdo que hacerme esa placa me costó mucho porque, para entonces, ya me costaba respirar. El doctor me dijo que por mi edad (tengo más de 40 años) y mi sobrepeso debía atenderme de inmediato, antes que me diera una tormenta de oxitocina, y como mi oxigenación comenzó a bajar, esa misma noche me fui para el Hospital Fernando Vélez Paiz.

Cuando llegué la atención fue inmediata. Me separaron del resto de la gente y la verdad es que el trámite de esa parte fue ágil. Después me pasaron a una sala de emergencia donde había un doctor haciendo las consultas y este me dijo que lo mejor era ingresarme. Recuerdo que de todos los que llegamos esa noche, a dos nos internaron.

Más de 30 hospitalizados con síntomas respiratorios

Llegué al hospital como a las 8:30 de la noche, pero fue hasta la medianoche que me metieron a la sala de respiratorio. Había solo tres camas vacías. Ya no podía caminar, así que me llevaron en una silla de ruedas. Me dejaron en una sala donde no habían personas con respiradores, pero desde allí podía oír a muchos pacientes quejarse. Los lamentos son tan claros que me fue fácil distinguir los tonos de voz, unos se escuchaban de gente mayor, pero también de jóvenes. Y eso te pega psicológicamente.

Las instalaciones del hospital son nuevas. Las camas estaban muy limpias y todo se veía bien cuidado. A mí me dieron una bata y una sábana limpia, la verdad es que no esperaba más.

Los síntomas se fueron incrementando: ardía en fiebre, me dolía la cabeza y al cuarto día de estar internada, ya no pude ni levantarme para ir al baño. Fue entonces cuando me pusieron oxígeno.

Uno pensaría que cuando te ponen oxígeno vas a sentir como un airecito que te entra como cuando sacas la cabeza de una habitación caliente y la metes donde hay un poco más de aire; pero no es así. Sentís como que te estás ahogando. Cuesta un rato acostumbrarse. Hay gente que no lo aguanta y se lo quita.

Cuando te ponen el oxígeno estás casi que amarrado a la cama. No podés ponerte de pie y te volvés dependiente del personal de Salud. Hay medicamentos que te dan diarrea y como no podés levantarte de la cama, tenés que usar pamper y necesitás que los enfermeros te lo cambien. A muchos esto los estresa porque uno no está acostumbrado a mostrar su desnudez y, por supuesto, esto no ayuda para salir rápido de la enfermedad.

Labor del personal médico y de enfermería

Con quienes más hablás mientras estás internado es con las enfermeras y enfermeros. A los médicos los ves, pero no se involucran tanto como el equipo de enfermería. Creo que es un mecanismo de protección porque no saben quién se les puede morir. Recuerdo que en los ocho días que estuve hospitalizada, a diario oía que llamaban a la morgue. Calculo que morían dos por día. Solo hubo un día en que nadie murió.

Hubo días muy difíciles en los que vi el trabajo del personal de salud, y ahora puedo decir que no me va a alcanzar la vida para agradecerles toda esa disposición con la que te atienden. Solo estar dentro de esas salas es meritorio. Pasan todo el tiempo con unos trajes sofocantes, que no son como los que vemos en la televisión, lo que hacen es reformar lo que ya tienen. Se ponen dos guantes, dos cubrezapatos, mascarillas y caretas, más el desgaste emocional que tienen al ver tantas despedidas.

A mí me emociona mucho hablar de esto porque vi cómo ellos están luchando junto con vos. Pelean como si fueran tu familia y no hablo solo de los médicos, hablo del personal que tenés más a mano, el que te cambia los pañales, el que te limpia, el que se aprende tu nombre, el que sufre tu muerte y esas son las enfermeras y enfermeros.

Recuerdo que un día —el más feo de todos porque ese día varios murieron, otros fueron intubados y de tanto movimiento la ropa de cama comenzó a escasear tanto que yo me quedé solo con la bata que tenía puesta—, le dije a una de las enfermeras con las que más relación tuve:

— Hace falta tanto que tengamos conciencia.

Ella me miró con tristeza en sus ojos y me dijo:

—Y vos vas en los buses y ves la cantidad de gente que no usa mascarilla.

Hoy que ya salí, recuerdo esas palabras y me duele cuando veo la gente sin mascarilla, sin tomar las medidas, me duele cuando veo los lugares llenos y la gente amotetada. Porque estar allí adentro y oír el sufrimiento de los pacientes es otro nivel. Te deja marcado.

“Sí hay secuelas, no salís bailando”

Mientras estuve dentro del hospital tuve contacto con mi familia. No te dejan tener el teléfono, pero por un error yo me quedé con el mío. Así que no perdí el contacto con mi familia. Hubo gente que me mandaba notitas de ánimo, mensajes donde me recordaban que oraban por mí y esas cosas, aunque parecen mínimas, hacen la diferencia.

Estuve cuatro días con oxígeno. Me lo quitaron 48 horas antes de salir. Realmente ese es el requisito que tenés que cumplir, sino, no te dejan ir. Cuando te vas no te llevás nada de lo que metiste. Todo eso lo tiran. No salís bailando, te quedan secuelas.

Desde que me dieron de alta ya pasó un mes. Todavía me cuesta respirar profundamente. A veces me da un hipo que activa una sensación rara en mi cuerpo que no alcanzo a describir. Por mi casa doy unos cuantos pasos y aún me canso. Pero al menos ya estoy afuera recuperándome junto a mí familia, pues ninguno falleció.

Nosotros tuvimos suerte porque, como dije al principio, este virus es un ruleta rusa y nunca sabés cómo te puede ir. Conozco al menos ocho personas de mi círculo cercano que se contagiaron en este brote. Dos murieron antes que nosotros nos contagiáramos, y los otros, incluyendo a niños, aparecieron con los síntomas. Así que ahorita esto está fuerte.

**Según datos oficiales, la cifra de contagios positivos de la covid-19 reportada por el Ministerio de Salud (Minsa) alcanzó esta semana la misma cantidad de casos con que inició la primera ola de 2020: más de 250 casos semanales. En las últimas cinco semanas el Minsa identificó 1035 casos positivos de la covid-19, pero se desconoce cuántas personas están hospitalizadas en este momento


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