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“Me quitaron hasta la tumba de mi hijo”

Le negaron justicia y la persiguieron. Ahora, exiliada en Texas, busca reinventarse contra la lápida de impunidad que pretende imponer la dictadura

“Me arrepiento de haber obligado a mi hijo a ir a votar dos veces (por el FSLN)

Wilfredo Miranda Aburto

19 de abril 2019

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Una madre busca a un asesino. Socorro Corrales intenta dar con el asesino material que de dos disparos fulminantes, uno en el pecho y otro en el mentón, derribó a su hijo Orlando Pérez en el parque central de Estelí la noche del 20 de abril de 2018. Ella está segura que sería fácil identificar al “francotirador” si el gobierno de Nicaragua tuviera voluntad para resolver el crimen, pero los “autores intelectuales” del asesinato, “Daniel Ortega y Rosario Murillo”, no “van a investigarse a sí mismos”.


La profesora Socorro Corrales tiene abundantes sospechas de quiénes pudieron ser los gatilleros que acribillaron los jóvenes, entre ellos Orlando Pérez de 24 años de edad, cuando protestaban ese día en contra de las fallidas reformas a la seguridad social. La madre también tuvo esa noche una certeza que, doce meses después del asesinato, se ha vuelto una verdad absoluta para ella: “Los principales asesinos de mi hijo son Ortega y Murillo”.

Que Corrales señale de manera tan directa a la pareja presidencial, luego de la masacre que ha dejado más 325 muertos, quizá no sorprenda tanto, porque esa acusación ha proliferado entre los familiares de las víctimas. Pero esta madre fue una de las primeras en culpar a los dictadores. Esta militante sandinista (hasta ese 20 de abril de 2018) fue una de las primeras en apuntar a El Carmen.

Socorro Corrales, 53 años de edad y de oficio profesora de primaria, evidenció al régimen cuando acusaba a las madres como ella “de inventarse los muertos” al principio de la represión. Pero, ¿cómo Daniel Ortega y Rosario Murillo --con todo y sus “vampiros chupasangres”-- podrían sostener que Socorro Corrales mentía en abril, cuando, después de recuperar el cuerpo perforado de Orlando Pérez en el hospital, le ponía como mortaja a su hijo la camisa favorita del Barcelona Fútbol Club? Por eso, y muchas “ofensas más”, la madre se lanzó a las calles exigir justicia.

Socorro Corrales fue la “madre de abril” pionera en iniciar una cruzada de justicia sin descanso por su hijo. Lo hacía en solitario, con su coraje y su llanto. Desafió a las autoridades de Estelí, a la policía, a los simpatizantes sandinistas, a la dictadura y sus instituciones de justicia.

La madre reclamaba con una pancarta de Orlando Pérez en una mano y flores y candelas en la otra. La recuerdo una tarde clavando una cruz de madera en la pared exterior de la alcaldía de Estelí que al mismo tiempo hace de mural partidario: Daniel Ortega con gesto airoso montando un caballo que marcha sobre un fondo rosado chicha. ¡Plas, plas, plas!, sonaban el martillo, el clavo y la cruz encima de las patas del caballo. Mientras que, a escasos dos metros, los trabajadores de la municipalidad fueron formados en círculos para “orar por la paz de Nicaragua”.

“Ellos no oran. Ellos no le oran a ningún santo, ellos le oran a doña Rosario Murillo. Juegan con el dolor de uno”, dijo Corrales en voz alta, para que los trabajadores públicos la escucharan. Algunos de los empleados se burlaban de la madre, otros no se atrevían a verla.

Exilio con urgencia

La muerte de Orlando volvió indoblegable a su madre. Aunque su cruzada duró cinco meses en Nicaragua, el 21 de septiembre tuvo que exiliarse en Estados Unidos. Su demanda de justicia se volvió incómoda para el régimen y los personeros del Frente Sandinista en Estelí, en especial para el alcalde Francisco ‘Pancho’ Valenzuela y el comisionado mayor de la Policía, Alejandro Ruiz Martínez.

Orlando Francisco Pérez

Orlando Francisco Pérez, estudiante de Farem - Estelí, en una foto de su muro de Facebook. | Confidencial

La madre los responsabiliza como cómplices. Al alcalde por negarle los videos de las cámaras de seguridad del Palacio Municipal de la noche del crimen, desde donde abrió fuego el “francotirador” que asesinó a Orlando y al estudiante Franco Valdivia. Al jefe policial, por obstruirle el acceso a la justicia, porque ningún agente levantó la denuncia del asesinato. Y, según Socorro Corrales, el 12 de diciembre pasado policías detuvieron a unos familiares que asistieron a la tumba Orlando Pérez para conmemorar el 25 cumpleaños que el joven no vivió para contar. “El comisionado Alejandro Ruíz Martínez ha vuelto un delito poner flores en la tumba de mi hijo”, desdeñó la madre. (Al comisionado Ruíz Martínez lo hemos contactado en varias ocasiones desde abril de 2018, pero siempre evade o corta las llamadas de Confidencial).

Ante su persistencia, constancia y denuncias mediáticas, la casa de Socorro Corrales (que era fácil de distinguir durante el mes abril en el barrio Juana Elena Mendoza por el enorme lazo negro en el marco de la puerta) fue “hostigada por policías y paramilitares”.

La madre asistía a todas las marchas de protesta con un camisa con el rostro de Orlando Pérez serigrafiado a la altura del pecho. Cuando no habían manifestaciones, la profesora asistía a las instituciones de justicia a interponer su grito de justicia. No le importaban las amenazas hacia ella, pero cuando apuntaron a su hija Aracely Pérez (embarazada de una niña) y a su yerno Norman Rodríguez, pensó en el exilio por primera vez. El exilio llegó de imprevisto.

“Tuve que salir de Nicaragua por pedir justicia, porque comenzaron las represalias para mi familia, y familia significa mi hija Aracely. No podíamos ir a las marchas porque la Policía nos seguía. Un día, al volver de una marcha, me avisaron que me iban a capturar. Salimos de inmediato de Estelí hacia Honduras por el puesto fronterizo de Las Manos”, recuerda Socorro Corrales.

Migración con gravedad médica

La estancia en Honduras se alargó. La hija, Aracely, tuvo una emergencia médica. La tuvieron que operar de la vesícula y el presupuesto destinado para llegar a la frontera de Estados Unidos se agotó. Socorro Corrales tuvo que hipotecar la casa de Estelí y vender su vehículo Hyundai. Eso alcanzó para cruzar México. El 21 de septiembre de 2018 se entregaron a inmigración norteamericana en Nuevo Laredo. Ingresaron a un centro de detención y solicitaron asilo a Estados Unidos.

Aracely Pérez fue puesta en libertad casi de inmediato debido a su avanzado estado de gestación. Socorro Corrales pasó 58 días en el centro de detención, hasta que un juez migratorio decidió que esperara la respuesta a la solicitud de asilo en libertad. Le otorgaron un permiso de un año de estancia en Estados Unidos, algo muy raro entre los nicas que han optado por pedir asilo. La madre alquila junto a su familia una vivienda en Texas, donde instaló en una de las paredes el banner con la foto de Orlando Pérez que cargaba en su cruzada de justicia en Nicaragua.

La profesora Socorro Corrales, madre de Orlando Pérez, mientras vivía en Estelí. Wilfredo Miranda | Confidencial

“Lo que han hecho conmigo es la peor injusticia. Además de que asesinaron a mi hijo, me sacan de mi país por la fuerza”, reclama Socorro Corrales desde Texas. “Mi hijo va a cumplir un año de muerto y lo que más quisiera en este mundo y en esta vida es estar en Estelí para poder ir a la tumba, hacerle un altar y ponerle flores… Pero hasta eso me quitaron. Me quitaron hasta la tumba de mi hijo”. Los sentimientos se le atolondran a la madre. “Siento dolor y desprecio contra los Ortega-Murillo. Odio. Repulsión. Todo eso junto”.

La madre ha elaborado un altar en el exilio con el banner de Orlando Pérez y otras fotos del universitario asesinado. El primer aniversario de la muerte la perturba, aunque dice “que no hay día que no llore por su hijo”. A Socorro Corrales le molesta en particular que, debido a que tuvo que huir de Estelí con urgencia, no pudo traer con ella más pertenencias de Orlando Pérez. Apenas pudo sacar la mochila y los audífonos con los que el joven oía música cuando iba a la universidad a cursar el quinto año de la carrera de Energía renovable.

“Justicia, justciaa, justiciaaa, justiciaaaa”

“Me han quitado todo y ni siquiera dan justicia”, reclama Socorro Corrales. Su caso y el de su hijo es espejo de impunidad para el resto de las víctimas de la masacre. Esta madre no solo ha tenido que sufrir persecución y exilio, sino que ante su insistencia por esclarecer el crimen, la Fiscalía exhumó los restos de Orlando Pérez diez días después de enterrado, ya que el momento de la defunción las autoridades se negaron realizarle el estudio forense. La exhumación sucedió el tres de mayo de 2018. Esa vez, interpelamos al fiscal de Estelí Roberto Gaitán por el fallo de oficio en el que habían incurrido las autoridades. El funcionario calló y, literalmente, se corrió de la cámara de televisión.

Medicina Legal desenterró el cadáver del joven (junto al de Franco Valdivia), y lo trasladó en destartalada ambulancia a Managua para realizarle la autopsia. Los forenses dictaminaron heridas con balas de alto calibre disparadas desde “posiciones privilegiadas”. Con esa prueba, Socorro Corrales creyó dar un gran paso en su cruzada de justicia. Estaba equivocada.

La autopsia y el caso completo de Orlando Pérez ha sido engavetado por la justicia orteguista. No ha avanzado un milímetro en tribunal alguno. Vivir el trauma de la exhumación y un segundo entierro de su hijo aquel tres de mayo de atardecer bermejo en Estelí, resultó solo “otra burla” para Socorro Corrales. Una burla patética e inhumana.

“¿Por qué la han agarrado contra mí?”, pregunta agobiada la madre. “Yo no le hecho daño a nadie. A un año de la muerte de mi hijo debería estar en Nicaragua, pero estoy en este exilio que ellos me provocaron. El único daño que he hecho es pedir justicia, exigir que me den al asesino de mi hijo. ¿Y por qué no me lo han dado después de un año? ¿No es que la Comisión de la Verdad del gobierno anduvo en Estelí investigando?”, insistió la Socorro Corrales.

La Comisión de la Verdad formada por allegados al orteguismo también le jugó “otra burla” a esta madre. En uno de sus informes aseguraron que Orlando Pérez murió el 4 de julio en un tranque, cuando en realidad fue asesinado el 20 de abril.

Lápida de impotencia e impunidad

No hay alivio para Socorro Corrales. Pero Dios, dice ella, le da “fortaleza” para soportar la lápida de impotencia e impunidad. No deja de pensar en su hijo cuando está en casa o en el trabajo de construcción en Texas, donde trabaja de jornal a jornal para poder sobrevivir, pagar la hipoteca de la casa de Estelí, y, en el intento, lograr reinventarse. “Mi vida ha cambiado completamente: antes tenía un hijo y un trabajo como maestra. Tenía una vida normal”, lamenta.

Le pregunto a esta madre qué podría alivianarle ese dolor, ese odio, esa repulsión, ese desprecio, todos esos sentimientos “juntos” que la embargan. Calla. Aprieta con sus manos el sillón. Baja la mirada y responde una repetición que va en in crescendo, como una consigna profunda y unánime: “¡Justicia. Justiciaa. Justiciaaa. Justiciaaaaa. Justiciaaaaaa!”.

“Como madre de Orlando Francisco Pérez Corrales necesito justicia para estar tranquila. Las madres necesitamos justicia para todos los asesinados. Que los crímenes no queden impunes”, clama Socorro Corrales. Llora. Es un llanto que entreteje desconsuelo y rabia. “A nuestros hijos los asesinaron pero su lucha sigue. Sigue en nosotros, porque llorando y llorando vamos a hacer justicia…  justicia hasta el final”.

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Wilfredo Miranda Aburto

Wilfredo Miranda Aburto

Periodista. Destaca en cobertura a violaciones de derechos humanos: desplazamiento forzado, tráfico ilegal en territorios indígenas, medio ambiente, conflictos mineros y ejecuciones extrajudiciales. Premio Iberoamericano Rey de España 2018.

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