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Francotirador mató al hijo de un Policía

"Ya son sicarios. Son genocidas. Y el responsable es Daniel Ortega y Rosario Murillo”, acusa su madre

"Ya son sicarios. Son genocidas. Y el responsable es Daniel Ortega y Rosario Murillo”

Colaboración Confidencial

Wilfredo Miranda | Néstor Arce

2 de junio 2018

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Armando Antonio Reyes Rojas estaba de turno la tarde del 30 de mayo cuando su hijo fue asesinado. Aunque vio el video que circulaba frenéticamente en las redes sociales, y notó un cierto parecido entre Francisco Javier y el joven que era acarreado en una moto con una letal herida de bala en la cabeza, descartó la suposición. Siguió la guardia de manera natural. A las ocho de la noche su hermano llegó a la estación policial a avisarle que el del video sí era su hijo mayor, y que, muy posiblemente, un francotirador de sus compañeros policiales lo había asesinado en la multitudinaria marcha pacífica de las “Madres de Abril”.

Francisco Javier Reyes Zapata murió casi de inmediato. El proyectil de alto calibre le dinamitó la parte trasera del cráneo. Parte de su masa encefálica quedó expuesta. Cuando el padre y oficial Reyes Rojas llegó al Hospital Bautista, el cadáver de su hijo de 33 años yacía en una camilla en calzoncillos y con la perforación letal en el ojo derecho.


Guillermina Zapata, la madre y mujer de rostro sereno pese a la fatalidad, se enteró primero que el padre. Porque ella participaba en la marcha de las “Madres de Abril”. Porque Francisco Javier tenía casi treinta días participando en las protestas universitarias contra el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, y esa tarde la mujer acordó con el hijo que se encontrarían allí por Metrocentro. Porque Guillermina se atrasó en el trabajo y Francisco Javier cogió rumbo puntual a la Rotonda Jean Paul Genie, donde partió la manifestación.

“Francisco Javier estaba con la idea de que iba a ir a la marcha con las madres de los muchachos caídos… y como todo muchacho, al ver tantos jóvenes que están cayendo con la injusticia que hay en este país, clamando todos sus derechos, se fue a la marcha del 30 de mayo. Él lloraba de ver de qué tantos jóvenes están muriendo por el gobierno de Daniel Ortega. Y yo también me uní”, reconstruye Guillermina en la pequeña sala de su casa de habitación en el barrio Walter Ferreti, donde apenas cabe el respaldo fúnebre y el ataúd de con ángeles hincados en posición piadosa en cada esquina.

Guillermina no encontró nunca a Francisco Javier. En el punto acordado, al lado norte de la rotonda, la madre se cabreó al ver el tropel de la multitud que gritaba “nos están disparando las turbas”. Ella, ya entrada en edad, corrió hacia la rotonda Cristo Rey. Desde esa posición llamó a Francisco Javier al celular. Pero no hubo respuesta. Dirigió la comunicación al teléfono fijo de su casa. Al otro lado de la línea estaba el tercero de sus hijos con la voz quebrantada. “Me dijo que lo habían llamado del Bautista porque habían matado a Francisco Javier. Cuando escucho esa notica salgo como loca, desesperada hacia el hospital a ver si era mi hijo. Y era él”, recuerda Guillermina.

En el Bautista, hospital que esa noche recibió más de veinte heridos con armas de fuego, la familia se reunió en torno al hijo asesinado. Ya la cabeza de Francisco Javier había sido vendada. Un vendaje que subía del ojo perforado hasta la parte trasera de su cráneo, donde los médicos habían devuelto la masa encefálica a la cavidad.

Guillermina es la que lleva la voz de mando en su hogar. En la vela y entierro de su hijo tomó las riendas. Decidía desde los bocadillos (esos piquitos tostados) hasta el señalamiento ante los periodistas contra Daniel Ortega y Rosario Murillo por la responsabilidad del asesinato de Francisco Javier. “Pasen, allí está mi mama adentro”, recomienda Roberto Carlos Reyes Zapata. Después que el padre Joselito (José Ramírez Varela) ofició la misa de cuerpo presente en la casa, el ataúd fue enfilado al cementerio Milagro de Dios sobre la calle de tierra. La mujer se apoyo sobre el ataúd, alzó el puño y comenzó a cantar a gritos: “El pueblo, unido, jamás será vencido”. El guitarrista del coro parroquial la siguió.

“A mi hijo lo mata alguien que sabe tirar y que tiene experiencia para matar. Porque ya son sicarios. Son genocidas. Y el responsable es Daniel Ortega y Rosario Murillo”, dice Guillermina. “Sabiendo que era una marcha de las madres, ¿cómo puede haber mandado a militares a matar, donde hay una gran expresión pacifica , grandísima? Yo responsabilizo a Daniel Ortega y a la Rosario Murillo. Porque son asesinos los dos. Ellos con su eslogan cristiano, socialista y solidario, y no tienen amor a su pueblo”, reclama la madre.

El padre policía es un poco más cauto al momento de determinar responsabilidades sobre la muerte de su hijo. Dice que el pueblo dice que fue “la policía”, y que, también, dicen que “fue un francotirador”. Tras la muerte de Francisco Javier, el padre Armando Antonio Reyes Rojas piensa retirarse de la Policía, institución para la que sirvió durante 36 años.

“Mi hijo que está aquí, me lo mataron. Me voy a jubilar, yo me retiro, porque mi hijo me duele”, confía el oficial. “Yo no puedo jugar con la sangre del pueblo que me ha respaldado. Yo me retiro de la institución a la vida civil, porque es duro ver ese video que lo agarran y lo llevan en la moto, y él muere”, afirma Reyes Rojas.

Michael, tiro en el pecho

Francotirador Nicaragua

Paula Hernández, madre de Michael González, asesinado en la Marcha de las Madres. Carlos Herrera | CONFIDENCIAL.

Las denuncias sobre el uso de francotiradores han abundado durante estos 44 días de manifestaciones y represión por parte del gobierno. Este 30 de mayo tampoco fue la excepción. Los familiares de las víctimas coinciden en que “habían francotiradores” en el Estadio Nacional Dennis Martínez y en un árbol cercano a paso a desnivel de esa zona.

“Los muchachos en la UNI (Universidad Nacional de Ingeniería) comenzaron a gritar diciendo 'hay francotirador arriba del techo del estadio’, y en esa bulla, allí fue cuando él recibió el impacto de bala”, describe Byron Manuel Ruíz sobre su primo Michael González Hernández, de 34 años de edad.

Michael asistió a la marcha de las “Madres de Abril” con toda su familia para acompañar en el luto a la madre de su primo, Jeison Chavarría Urbina, asesinado el 21 de abril en Ticuantepe. Michael era de pocas palabras. Así lo recuerdan sus familiares. También era “bien trabajador”. “Le hacía a todo”, sostiene Bernarda Pérez Hernández, tía del occiso. Michael era albañil, fontanero, carpintero y todo lo que se le presentara. Todo para poder pagar la carrera de enseñanza del inglés que sacaba en la Universidad de Ciencias Comerciales (UCC). Cursaba tercer año.

Al momento del enfrentamiento en las inmediaciones de la UNI, el tipo de poco hablar decidió defender a las madres. El proyectil perforó el baso, su hígado y uno de sus pulmones. “Era una bala explosiva”, apunta el primo. En un camión de acarreo —de esos que quién sabe de dónde salieron al momento del ataque— Michael fue trasladado al Vivian Pellas. Los médicos lo asistieron y lo remitieron al quirófano de inmediato. Pero salvarlo no fue posible. Su vida terminó en la camilla bajo esas luces intensas que parecen ojos de moscas.

“Los doctores que examinaron a Michael nos dijeron que era un proyectil de alto calibre.. posiblemente AK-47 o rifles especiales, porque la trayectoria, desde el techo del estadio hasta donde él estaba, era imposible que fuera un arma pequeña, de corto alcance”, recuerda el primo Byron Manuel Ruíz.

De su familia todos pueden dar testimonio del asesinato de Michael porque andaban cumpliendo con el familiar Jeison Chavarría Urbina. Pero la madre de Michael habla poco. Sigue en shock. En medio de frondoso patio de su casa de habitación en una de las comarcas de Veracruz, por el kilometro 14 de Carretera Masaya, está como desconectada de la realidad. Asimilando la muerte del hijo. Con los accesos de realidad, de saber que Michael, quien la acompañaba a diario, está enterrado, se sobresalta en llanto. Sus sobrinos le ponen ungüento en el pecho.

“Fue un francotirador el que le tiró. Me lo mataron a mi hijo. Esos asesinos me mataron a mi hijo. Michael vivía conmigo…”, afirma Paula Hernández Pérez. “No había necesidad de que me lo mataran. Él no andaba nada en sus manos, ¡Dios mío!”, clama.

“Culpo a Daniel y a la Chayo. Ellos son los culpables de todo eso. Si no fueran ellos, Maycol estuviera aquí conmigo”, aquí en la silla de plástico junto a la casa al filo del barranco, al final de la callejuela donde los vecinos denuncian que los miembros del Frente Sandinista los amenazaron de muerte por haberse olvidado de las regalías de los programas sociales, y por alzar su voz contra el régimen Ortega Murillo.


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