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La crisis política polariza a Brasil

El proceso que busca destituir a la presidenta Dilma Rousseff ha menoscabado las relaciones personales de los brasileños

Dilma Rousseff, mandataria de Brasil, y su predecesor, Luiz Inacio Lula da Silva. EFE

Mario Osava

17 de abril 2016

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Una pediatra que deja de atender a un bebé por discrepancias políticas con la madre, ciclistas agredidos por usar bicicletas rojas, celebridades hostilizadas por su apoyo al gobierno, son algunos casos de violencia que han proliferado en Brasil últimamente.

La agresividad en las relaciones interpersonales, desatada por el proceso que busca destituir a la presidenta Dilma Rousseff, niega el mito de los brasileños como personas tolerantes, que priorizan la alegría y la afectividad.


Se acumulan relatos de riñas familiares, amistades rotas, hostilidades en el ámbito privado que acompañan las manifestaciones callejeras en pro y en contra del gobierno, que se hicieron masivas y frecuentes en todo el país desde marzo, con enfrentamientos marginales, hasta ahora sin víctimas fatales.

Pero un largo muro metálico que divide la Explanada de los Ministerios, en Brasilia, para evitar enfrentamientos entre activistas de los dos lados, advierte sobre el riesgo de tragedias al acercarse el desenlace de la controvertida lucha por el poder.

Entre este viernes 15 y el domingo 17, una sesión plenaria de la Cámara de Diputados decidirá si la presidenta será sometida o no a un juicio político de inhabilitación a cargo del Senado en los próximos meses, lo que la separaría del poder temporalmente, en caso de aprobarse.

"Ningún lado cuenta con argumentos políticos sostenibles, ambos son vulnerables a críticas y recurren a la agresividad porque la única forma de defenderse es atacar al adversario, buscando destruirlo", advirtió Lia Zanotta Machado, profesora de antropología en la Universidad de Brasilia.

"Predominan los adjetivos negativos y las acusaciones personalizadas, descalificadoras", ante la fragilidad de las políticas que las fuerzas en confrontación podrían presentar como sus banderas, acotó.

Los beneficiarios de la corrupción 

Dilma Rousseff y su predecesor, Luiz Inácio Lula DaSilva. Foto: EFE

El movimiento que pretende derrocar a la presidenta reclama el combate sin tregua a la corrupción, tratando de identificar como fuente de ese mal a los gobiernos del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que iniciaron en 2003, con el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, y seguidos por Rousseff, desde 2011.

Pero los herederos del poder Ejecutivo, en caso de inhabilitación de Rousseff, están todos involucrados en el escándalo de corrupción que agravó la crisis política y económica de Brasil desde el año pasado, el de la desviación de miles de millones de dólares de los negocios de la estatal compañía petrolera Petrobras.

El vicepresidente Michel Temer, que ya se presenta como el nuevo jefe de un gobierno de unión nacional, aparece como receptor de fondos de grandes constructoras, en los testimonios de varios empresarios procesados que decidieron colaborar con la justicia para ablandar sus penas.

En peor situación está el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, acusado de ocultar cuentas en bancos suizos donde habría depositado millones de dólares ilegales. Él sería el segundo de Temer, si cae la presidenta Rousseff. Pero puede ser juzgado en cualquier momento por el Supremo Tribunal Federal y también por la Comisión de Ética de Diputados, con el riesgo de ser inhabilitado políticamente por ocho años.

El tercer jerarca en la cadena de sucesión presidencial sería el presidente del Senado, Renán Calheiros, también denunciado como beneficiario de la corrupción. Los tres son dirigentes de la mayor fuerza legislativa, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que dejó la coalición gubernamental el 29 de marzo, como un paso para ocupar el centro del poder.

El estigma de la corrupción 

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Corrupto es un estigma fuerte, pero la descalificación del oponente se hace con muchas acusaciones que fomentan el odio que penetró en las relaciones personales y familiares, observó la antropóloga Machado.

Rousseff es acusada de ser  "inhábil, ineficiente e irresponsable" y sus partidarios son apodados "petralhas", una combinación de PT, cuyo color distintivo es precisamente el rojo, con los "hermanos Metralla", conocidos ladrones en las historietas de Walt Disney.

La respuesta es tildar los opositores de "golpistas y antidemocráticos", además del apodo "coxinha", nombre de una croqueta de pollo que también identifica a personas conservadoras, aniñadas y preocupadas por una apariencia excesivamente atildada.

La presidenta se defiende destacando que no la afecta ninguna acusación de corrupción, al contrario de los líderes "traidores". Su inhabilitación fue requerida por tres juristas, acusándola de fraudes fiscales, por haber ordenado gastos sin autorización parlamentaria, violando el presupuesto oficial de 2015.

Los bloques en confrontación "son muy heterogéneos, contradictorios", fatalmente se dividirían al definir una estrategia, un programa, por eso "buscan una unificación ilusoria, construyendo un enemigo común y demonizándolo", evaluó Benilton Bezerra Junior, investigador de Medicina Social en la Universidad Estatal de Rio de Janeiro.

Mantener unidas las fuerzas exige asimismo una "simplificación que evita numerosos conflictos no asumidos explícitamente", dentro de los grupos, reforzó. El bloque opositor se adueñó de la bandera de la anticorrupción, aprovechando los errores del PT, pero la corrupción es "un peón en el ajedrez", señaló a IPS.

"Pese a la pluralidad de posiciones en ambos lados, hay centros de gravedad que identifican sus distintos intereses en el juego", conservadores entre los que quieren  inhabilitar la presidenta contra la defensa de los avances sociales, como más escuelas y menos desigualdad, conquistados durante los gobiernos del PT, matizó Bezerra.

Lo político se convierte en personal 

Miles de brasileños exigieron en las calles la renuncia de la presidenta Dilma Rousseff. La principal manifestación reunió a cientos de miles en Sao Paolo. EFE / Confidencial

Miles de brasileños exigieron en las calles la renuncia de la presidenta Dilma Rousseff. La principal manifestación reunió a cientos de miles en Sao Paolo. EFE / Confidencial

Los brasileños practican una "autoevaluación positiva de que son afables, tolerantes y simpáticos" y de hecho "son reales los rasgos de afectuosidad, buena acogida a los extranjeros, de ausencia de odio racial, aunque haya racismo", pero se trata de "una sociedad violenta, de estructuras jerárquicas nada democráticas", sostuvo.

La cordialidad atribuida a los brasileños, que significa supeditar la razón al afecto, comprende la informalidad y "la dificultad de lidiar con el conflicto de forma pública y ordenada, incluso en el medio universitario es difícil discutir opiniones discordantes, incluso teóricas", explicó el doctor en salud colectiva e identidades culturales.

"Se personaliza todo, se entiende la crítica como hecha a las personas, no a las ideas", concluyó. Es así que la disputa política se convierte en conflicto personal, realzó Machado.

"La gente se aferra a una posición, olvidando sus propios intereses y sujetándose a una discusión emocional, irracional", explicó la socióloga Bárbara Mourão, comparando sus estudios sobre mediación de conflictos en el ámbito de la justicia con la disputa política vivida por los brasileños.

"La dificultad del mediador es buscar consenso, mientras los contendores solo quieren el adversario para reforzar sus posiciones, su necesidad de certeza, sin admitir que otras visiones pueden tener algo no equivocado", constató la investigadora del Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía, de la Universidad Cándido Mendes.

Sonia Correa, coordinadora del Observatorio de Sexualidad y Política, destacó dos factores que causan o agravan esa intolerancia política. La violencia social es tradicional en Brasil, que concentra 10 por ciento de los asesinatos del mundo según el Instituto de Investigaciones Económicas Aplicadas (IPEA), órgano público brasileño.

"El mito de la cordialidad sirvió para ocultar esa violencia", que "no se veía antes en la política debido al control de las élites, pero se evidenció con la democratización y el ingreso del pueblo en la vida política", arguyó Correa a IPS.

"Otro factor a considerar es la intensificación del dogmatismo religioso por la expansión de las nuevas iglesias evangélicas, contrastando con la moderación con que la Iglesia Católica regulaba la sociedad en el pasado, con raros momentos de radicalización", comparó.

Los nuevos evangélicos "insuflaron concepciones binarias, de bueno y malo, creando condiciones para la derecha salir del armario, la suspensión del diálogo y, por ejemplo, del debate sobre aborto", lamentó.

"La sociedad brasileña no desarrolló prácticas de deliberación democrática, incluyendo visiones diferentes, el PT también es binario y en el poder demolió alternativas a la izquierda", criticó.

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